Presentación 2015

Un páramo, un bosque, la ladera de una montaña, un lugar vacío que ni siquiera necesita paredes; un grupo de hombres que se reúnen en torno a otros a los que les urge relatar algo importante, algo que no podrán decir sólo con palabras pues precisan el uso del gesto para llegar a hacerles entender lo que está detrás del verbo: el verdadero dolor y la verdadera alegría: ya tenemos el teatro.

 

Una habitación vacía llena de telarañas, no por que no se habite sino porque es el fabuloso almacén de las cosechas y los frutos que aguardan -conservando el verano que atraparon- para ofrecerse en el invierno. Un grupo de niños que se cuela en su interior con la mera intención de darse un festín pero que, fascinados por la ordenada disposición y el encanto de las sugerentes formas de los frutos, entre risas, enseguida, los asocian  con esa vecina tan gordita tan igual a esa calabaza, o ese calabacín en el que reconocieron  de inmediato al profesor de matemáticas, tan simpático.

 

Se les olvida la glotonería cuando juegan y fantasean animando los objetos, viviendo más allá de su realidad de niños, emocionándose con las aventuras vedadas por los mayores y  permitiéndose todas las preguntas, todas, hasta las que no está bien hacer por la “buena educación”: ya tenemos el teatro de títeres.

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