En el siglo XXI, en el que la sociedad europea ha alcanzado una de sus cotas más
altas en cuanto a civilización y desarrollo social, corremos el grave riesgo de dejarnos llevar
por la deslumbrante creencia de que nuestra cultura crece pareja con ello, dado el fácil
acceso a incontables datos e informaciones. Tanta facilidad es, cuando menos, engañosa
puesto que no están al alcance de una mayoría las herramientas necesarias para poder
manejar tan ingente material.
Se ha creado la “cultura de masas”, un gran parque temático en el que la pretendida
sabiduría se nos infunde automáticamente, pero cuidado, tanto despliegue no evita que
nuestra ignorancia siga intacta y sí que el manejo que se tiene de todos nosotros se
acreciente. La contraposición del verdadero término “cultura” con respecto al anterior
engendro, viene dada por su propia definición: “Cultivo, crianza”. Y en su segunda
acepción: “Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”.
Como vemos, la cultura no es un acopio de materiales, ni un bagaje que se echa uno a la
espalda, sino una eficaz herramienta para poder discernir en cada momento con nuestro
personal criterio, no colectivo, para entender y tratar de descifrar la vida desde un punto de vista autónomo. Todo ello se resume en algo muy sencillo: una persona, culta, cultivada, roturada en muchas direcciones una y otra vez, será una persona madura, un individuo indispensable para mejorar la sociedad.
En las enseñanzas instructivas de los colegios e institutos, ya se ofrece un gran manojo de materias muy eficaces en su cometido de formar a los jóvenes, pero la oferta es insuficiente puesto que falta un factor determinante: la expresión artística, no en su faceta técnica sino en la genuinamente sensible y trascendente. Si vamos de nuevo al diccionario encontraremos: Arte: Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos “plásticos, lingüísticos o sonoros”. La cursiva es mía, y lo destaco queriendo subrayar estas dos magníficas cualidades. “Personal” significa que se expresa un criterio ya formado, y “desinteresada”, que no trata de influir ni imbuir ningún pensamiento.
Entonces ¿qué pretende? Pues sencillamente abrir horizontes y señalar puertas que jamás habríamos abierto y caminos por los que nunca se nos hubiera ocurrido transitar. Esto es, ayudarnos a repensar nuestra posición en cada momento y con ello crecer, madurar y ser libres.